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- GRICEL
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- Esos
ojos le decretaron la noche al raje fácil con que piantaba a las
minas de historias breves, milonga afuera.
- Macho.
- La
empezó a odiar al mismo tiempo que le dibujó el teclado de su marca
en la espalda y sintió la cascada de ochos zigzagueantes humedeciendo
el roce de sus muslos. El estremecimiento le hizo perder el paso del
Re- Fa-Si, los compases congénitos que lo acompañaban desde que el
tango se le abrazó al cuerpo como su propia piel.
- Bronca
y pudor.
- Para
retomar el paso chasqueó el pulso entre sus labios:
“ts...ts...ts...”, y
ahora fue él quien sintió que todo el cuerpo que acorralaba contra el pecho, le tembló con furia contenida,
apartándose al cruce de las piernas en un candado que anticipó la
gayola.
- Para
siempre.
- No
soportó la noticia que se le instaló como verdad rebelada: después
de esta mina, no habrá
otra. Y se fue. La plantó
casi al borde de la pista y respiró bocanadas de azul en la vereda.
- Una
sirena quebró la noche, devolviéndolo al escenario ciudadano desde
la vastedad de su desasosiego. El hospital ahí nomás, como punta de
un acertijo le dio la pista para armarse un futuro: “esto pudo no
ser, como un accidente”.
- Alivio.
- Necesitó
rodearse de silencio y de la cruel determinación del cemento. Rodeó
Independencia a paso lento. Se detuvo en la esquina de La Rioja. Volvió
a entrar en la milonga una hora más tarde.
- Seguro.
- Esos
ojos lo esperaban atrincherados en un hombro gris oscuro que le
escamoteaba la sonrisa desafiante. Lo privó de su mirada, vengativa,
como entregada en otro, al tango.
- Traicionera.
- Entendió
de golpe la avidez de cuchillos del compadrito de todos los cuentos de
Borges. Aferró su certeza con el filo de un juramento al borde de la
desesperanza: reconoció que estaba perdido...pero no sin ella.
- Ciego.
- Esperó
sin paciencia el término de la tanda.
- Un
fox-trot entreverado con un ritmo latino desarmó las parejas
milongueras en sedientos ademanes de pañuelos y labios solitarios.
Murmullo de los ojos, colibrís de inquietos vuelos se detienen
entre párpados complacientes o miradas esquivas,
displicentes: se enhebran los secretos pactos breves de las
citas pista adentro.
- Sonámbulos
al unísono, un tango convoca la erección de los cuerpos que se
encuentran como por azar en el contorno danzante, atravesando el
desorden de los primeros acordes invitadores y chispeantes de un
canyengue diluviano.
- Lo
buscaron sin vergüenza, se fondearon en el azul acerado de los suyos
y ella se levantó sin esperar la seña, porque esa mirada le marcaba
el único camino posible.
- Para
ella.
- No
fue un tango, fue un duelo eso. Lo que bailaron al asombro mal
disimulado de los otros, que al sentir ese tenso
arrebato, abrían paso en la rueda vertiginosa que desanda el
reloj de la pista. Engarzados, encastrados, esculpidos en una sola
pieza hermafrodita y exaltada, amalgamados, petrificando las pausas
entre silencios mortales.
- No
habría retorno. Estaban tomados desde el alma y por el tango. La
tragedia era cuestión de tiempo: del dos por cuatro.
-
- Desgarrada.
- Desamarrada
del amor, navegó las aguas turbulentas de pasiones transitorias,
tormentosamente leves. El tango le decía de la impiadosa avaricia del
olvido: abismada en el pasado se sabía en deuda con la muerte.
- Cuando
aquellos ojos la tomaron, le bebieron hasta el fondo la tristeza y
supo, que la milonga le traía como por encargo, el azul perdido de
aquella mirada sepultada que amó tanto.
- Perdida.
- Sin
decidirlo, encontró su mano refugiada en una zurda firme, sostenida
como estandarte en una batalla quijotesca.
- Transportada
en el juego del dolor y el placer, vuelve al cuerpo en un traspiés
del hombre que chistea concentrado, acompasando el tango:
“ts...ts...ts”. Lo confirma, los rasgos desconocidos son dibujos
en el agua: él es todo aquella mirada. Ella, tembladeral que en
briznas recupera el alma y atraviesa la prisión de sus propias
sombras y se enciende en el subibaja del pentagrama de D´Arienzo.
- Iluminada.
- La
rescató por dos tangos de la melancolía y desapareció. Su hombre
había retornado al hospedaje fantasmal de los recuerdos. Emborrachándose
de giros ella se voló en los valses.
- Lo
vio regresar en una hora de eternidad, sin apuro, sin sorpresa, como
una alucinación dulcemente esperada.
Decidió no exigir a la realidad ninguna prueba, encarceló
entre párpados el llanto y se entregó a “La racha” con Di Sarli.
- Confiada.
- La neutralidad anodina de la tanda le
dio el respiro a la emoción que la embriagaba anticipándole el
reencuentro. No estaba dispuesta a dejar caer el tiempo de calesita en
la espera de una próxima pieza. Se levantó y fue a recuperar la
sortija de esos ojos suyos.
- Decidida.
- “Ataniche”
los apiló en canyengue y con Firpo de testigo, consumaron el tango y
pegaron “El Esquinazo” por “Rodríguez Peña”, en pleno
San Cristóbal.
-
- Contra
la tácita ley de la Milonga, ellos no pudieron dejarse ir en el
desbande ojeroso de la madrugada.
- Sus
pies, los de ella, se derramaron prematuros fuera de la severa
disciplina de los zapatos negros punteagudos y siguieron obedientes
las suelas gastadas del masculino charol.
- Su
abrazo, el de él, se extendió como un ala posando en la ladera firme
de sus ancas, camino a la noche.
- Nadie
los vio salir, los cubrió la complicidad de una seguidilla eufórica
de milongas pícaras. Pero, el ocasional testigo de la carrera
trasnochada del 41 que se estampó en la esquina arrasando a dos en la
parada, se conmovió de pena, cuando mágica, absurdamente, reconoció
los compases entrañables de un tango, que ganaron el obsceno
escenario público de la parca, desde alguna milonga cercana:
- “La
Cumparsita”.
-
- *Diana
Braceras, marzo de 2001, de la revista Buenos Aires Tango Nº 130*
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